Peregrinaciones con el Padre Tomas Del Valle-Reyes

Abrahán, nuestro padre en la fe como lo define san Pablo, fue un peregrino errante. Toda su vida fue un caminar siguiendo las intuiciones y el llamado de Dios. Sus hijos han querido seguir su ejemplo. Desde los primeros momentos del cristianismo ha estado presente en la comunidad ese sentido de caminantes y peregrinos. Ese sentido de temporalidad y camino. Volver a recoger los caminos de la tierra que recorrieron profetas, santos, héroes, vírgenes y el mismo Jesús ha sido un sueño de todo creyente.

En los albores del nuevo milenio queremos volver a recorrer esos caminos de fe, cultura y encuentro.

El primer relato que tenemos de esos peregrinos se remonta al siglo cuarto de nuestra era. El anónimo escritor va presentando sus experiencias de peregrino para que todos aquellos que lo lean, puedan peregrinar espiritualmente a las fuentes de la fe.

Le invitamos a que usted continúe esa narración del autor anónimo de Burdeos, de la Peregrina Egeria, , el Diario de Paula la Peregrina, escrito por San Jerónimo, las experiencias del propio San Francisco de Asís al recorrer la Tierra Santa.

Cuéntenos con sus propias palabras sus experiencias como peregrino tanto a las fuentes de nuestra fe como a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma.

Wednesday, July 2, 2008

DESDE JERUSALEN JULIO 2-2008

Uno de los rasgos característicos de la raza humana ha sido su trashumancia, su ir y venir de una parte a otra del mundo.
Fuera buscando pastos para sus ganados, refugio para sus fríos, alimentos para sus hambres, mujeres para sus hombres, el caso es que la historia humana es una de movimientos y caminares. Creo que fue Rubén Darío quien afirmara aquello de que los únicos que se mueren en el mismo sitio que nacen son los árboles.
En esos caminares y trashumancias siempre han existido puertos de llegada y, a veces, de permanencia eterna. Lugares de referencia en la vida, los cuales se mantienen inmóviles. Núcleos urbanos que encierran entre sus muros y sus empedradas calles la historia, la alegría, la pena, la esperanza de incontables generaciones. Jerusalén es uno de esos sitios. Una pequeña ciudad con sueños de capital eterna e indivisible, que recoge dentro de sus muros físicos y espirituales la esencia de la razón de ser de la humanidad.
Hace como tres mil los años el líder de unas tribus violentas y soñadoras estableciera en ella la capital de un reino ideal, que alcanzaría gloria universal. Desde allí se propagaría la creencia y pertenencia a un Dios Único. Las luchas y las intrigas formarían parte fundamental de la razón de su ser existencial. Siempre mantuvo un carácter sagrado, a la vez que cosmopolita y universal.
Hace dos mil años un galileo fue juzgado y ajusticiado en ella convirtiéndola en un punto de referencia para la humanidad en su búsqueda de lo eterno..
Hace quince siglos un mercader procedente de la península arábiga la tomó como referencia de algunas de sus predicaciones. Sus sucesores desarrollarían la teoría de que, desde entre las ruinas del gran templo de la ciudad partiría hacía el cielo, hacia la inmortalidad. Hace nueve siglos, unos europeos muertos de hambre y sedientos de gloria y hartos de frustraciones, se embarcaron en la aventura de reconquistar la ciudad para su causa. Dejaron su huella durante un período cercano a doscientos años. Cruzaron sus frustraciones junto con ideales de salvación eterna y redención de una ciudad.
Hace un siglo, los descendientes de los expulsados por las tropas de Tito y Vespasiano, humillados por Adriano, el emperador romano de origen hispano, pudieron empezar a volver a la tierra meta de sus sueños, de sus ilusiones. Primero de poco en poco, finalmente de mucho en mucho, regresaron a la tierra de sus antepasados. Hace sesenta años declararon aquellos nómadas de la vida y de la historia que regresaban al lugar de su nacimiento, a su ciudad. Y lo hicieron para quedarse.
Cada vez que recorro las calles de la ciudad de Jerusalén tengo la sensación de que el tiempo se detiene. Que la Religión de los descendientes de Abrahán ha empapado hasta la última piedra de Jerusalén. Que, a pesar de todo, hay un deseo de paz, de tranquilidad, de convivencia. Cada vez que venimos de fuera, hacemos posible que se rompan los enfrentamientos entre sus habitantes. Está en su sangre el acoger al extranjero. Mientras nos acogen no pelean.
La clave de la grandeza de Jerusalén pasa por el respeto y entendimiento limpio y sincero de sus habitantes. "Cuando Dios creó el mundo, hizo diez medidas de belleza. Nueve para Jerusalén y una para el resto del mundo" (Talmud de Babilonia)

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